Pon en práctica estas dos herramientas para vencer a tu hambre emocional

Todos comemos en algún momento de manera emocional. No porque tengamos ese hambre fisiológico, sino porque a través de la comida queremos solventar una emoción que nos inquieta. ¿Cuántas veces al niño que se cae luego le damos una galleta para que se consuele?¿Te acuerdas de la película de Bridget Jones que se comía la tarrina de helado tras cortar con su novio?

Esto es lo que nos cuenta en una entrevista con Europa Press Infosalus Ana Morales, psicóloga experta en nutrición emocional, y que acaba de publicar '¡Qué buena estoy! Tira las dietas a la basura y vive con salud emocional' (La Esfera de los libros), un manual en el que aporta las principales claves, que aquí desgranamos, sobre cómo distinguir, en primer lugar, ese hambre emocional, para posteriormente gestionarlo cuando sea necesario.

Por que, eso sí, esta experta advierte de que no siempre ese comer emocional es malo. Pero para entenderlo, primero nos describe que éste se produce cuando no sabemos cómo gestionar nuestras emociones y acudimos a la comida para hacerlo: "Si estás enfadada, comes; si estás triste, comes; si estas estresada o te aburres, comes. Al final no sabemos gestionar nuestras emociones, el cómo nos sentimos, y recurrimos a la comida".

No obstante, lamenta Ana Morales que "pasamos en algunos casos a demonizar el comer emocional", cuando es algo que nos acompaña desde que nacemos, recordando que por ejemplo cuando somos bebés lo primero que hacemos con ellos al nacer es colocárnoslos al pecho, o bien si lloran o no se encuentran bien nos los colocamos al pecho.

"COMER POR EMOCIONES NO ESTÁ MAL, SALVO*"

"Comer por emociones viene en nuestro ADN prácticamente y socialmente está muy aceptado. Recurrir a la comida está dentro de nuestra sociedad y lo tentemos súper asumido. Y comer por emociones no está mal. Sí se vuelve complicado cuando es la única alternativa que tenemos para sentirnos bien. Si hoy he tenido una discusión con mi jefa y a la salida me he comido un donut no pasa nada; pero, si siempre que discuto con ella no tengo otra manera de que se me pase el enfado ahí radica el problema", advierte.

Con ello, destaca esta psicóloga que hay una serie de características que diferencian el hambre real, o fisiológico, del hambre emocional: "Si este hambre aparece de una forma imprevista, con una urgencia que o comes o te mueres en el acto, es hambre emocional. El hambre fisiológico empieza poco a poco, y se va incrementando. En cambio, el hambre emocional llega y tienes que satisfacerlo ya".

Además, dice que en función del tipo de hambre que tengamos nos apetecerán unos tipos de alimentos más que otros. Cuando se trata de un comer fisiológico dice que lo que necesitamos es ingerir, y si sólo hay cocido, por poner un ejemplo, nos lo comemos. Ahora bien, en el caso del hambre emocional sí subraya que tenemos antojo de determinados alimentos. "Nadie con este hambre se le antoja comerse un brócoli. Normalmente quieres hamburguesa, patatas fritas, alimentos como hidratos de carbono y grasas", sostiene.

A su vez, resalta que el hambre fisiológico podemos demorarlo, no necesitamos satisfacerlo de inmediato; mientras que en el hambre emocional es como si todos nuestros rádares se pusieran en movimiento y tuviéramos que satisfacerlo en el momento.

"En el hambre fisiológico comes con control, salvo si tienes mucha hambre; en el emocional comes con descontrol, se pierde la conexión con el alimento y es como si engulleras", añade.

Con el hambre físico dejas de comer cuando estás lleno, mientras que con el hambre emocional es como si tuvieras un gran agujero negro y por mucho que tú comas nunca dejas de estar satisfecha; y esto con serias consecuencias porque puedes tener una distensión del estómago, llegar a vomitar, sentirte realmente mal por todo lo que has comido. "La comida aquí tiene la función de calmar esa emoción y al final éstas no se calman con comida, aunque lo parezca. Normalmente cuando tienes hambre fisiológico, cuando acabas de comer te sientes bien, no con culpa, como sí sucede con el hambre emocional, que también puedes sentir vergüenza cuando terminas de comer", agrega.

HERRAMIENTA 1: EL DIARIO EMOCIONAL

Con ello, esta psicóloga plantea la puesta en marcha de un 'diario emocional' para afrontar y aprender a gestionar este hambre emocional. Argumenta Ana Morales que primero se deben analizar cuáles son las emociones que a cada uno nos llevan a comer, porque esto depende de cada persona.

"Es decir, lo que te induce a comer a ti no tiene por qué ser lo que le induce a comer a otra persona. Hay personas a las que se les abre el estómago cuando tienen un disgusto, mientras que a otros no, y se les cierra, por ejemplo. Por ello, hay que identificar las emociones que nos llevan a comer", apunta.

Llevar un diario de emociones consiste, por tanto, en analizar cuándo comemos y qué emoción estamos sintiendo en ese momento, y ver si comemos porque tenemos hambre, o si comemos emocionalmente, y con qué emoción nos pasa esto. "Analizar qué tipo de alimento tomamos, para saber si es dulce, o salado; y cómo nos sentimos, si sentimos esa vergüenza o culpa", agrega Morales.

Una vez detectadas esas emociones, el segundo paso debe ser el elaborar lo que ella llama un 'kit de emergencias', para saber que hacer si, por ejemplo, estoy triste, y como alternativa a la comida. "Llamar a mi amiga determinada porque me da alegría; ver videos de gatos o de bebés porque me encanta, o bien una serie que me hace gracia; buscar aquello que nos puede cambiar el ánimo con una lista de cosas que son placenteras. Elaborar esa lista", subraya.

Eso sí, esta psicóloga incide en que hay momentos en los que no pasa nada que por estar tristes y que nos comamos una palmera de chocolate; ahora bien, sí resalta que la cuestión es que se cuenten con más alternativas que no sea sólo comer la palmera de chocolate.

"Por tanto, es importante ser consciente de nuestras emociones, saber cómo las sentimos en nuestro cuerpo. No todo el mundo siente las emociones de la misma forma. Cuando estoy enfadada hay personas, además, a las se le pone un nudo en el estómago, mientras que, por ejemplo, otros aprietan las mandíbulas, o bien se ponen rojos y gritan", sostiene Ana Morales.

HERRAMIENTA DOS: MINDFUL EATING

Tal y como explica, el mindful eating también nos puede ser útil en estos casos, una herramienta para comer de manera consciente. "Si somos conscientes de lo que nos sucede, también somos de cómo lo comemos. Si estoy enfadada, soy consciente de ello, y soy consciente de que cuando estoy enfadada como de forma descontrolada, el mindful eating me devuelve al aquí y al ahora, a no engullir el plato. ¿Cómo me como yo esta pizza, con control o descontrol, la disfruto? Masticar, sentir cómo se estira el queso, la explosión de sabores dentro de la boca, cómo ese trozo de pizza llega al estómago", detalla esta especialista.

Y es que, tal y como denuncia en el libro también, la obesidad surge en muchos casos tras este hambre emocional, una obesidad que no es fisiológica sino exógena, y que a día de hoy no se considera un trastorno de alimentación, aunque asegura que sí que comparte una base con este tipo de enfermedades: "El problema de todos estos trastornos va de todo manos de la comida".

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